12.2.05

Padre Nuestro 1

—Padre Nuestro que estás en los Cielos, santificado sea tu Nombre... ah, ahí estás.
—¿Qué querés ahora?
—Sos un hijo de puta. Estás dormido, o aburrido, o muerto. Nosotros no te importamos un carajo.
—¿Ves todo esto a tu alrededor? Yo lo hice. Yo te hice a vos, gil. Encima querés que me ocupe de cada uno de ustedes. Yo no me meto, es cosa de cada quien.
—¿Para qué nos hacés sufrir, para llegar a dónde? Ya veo que te causa gracia que suframos. O peor, te da lo mismo. ¿Cuándo fue que te volviste tan viejo y tan choto?
—Qué boquita, nene. Mirá, yo soy el Padre, ¿no? Y vos uno de mis hijos. Al principio me amás, soy el modelo a seguir. Llegando a la adolescencia soy el pelotudo, el estúpido, todo lo que digo o hago está equivocado. De grande me respetás de nuevo, o me odiás, depende. O no me das bola. Y de anciano soy tu única esperanza y recién me entendés. La humanidad está en su adolescencia, es todo.
—Sos un hijo de puta. Estás dormido, o aburrido, o muerto.

Padre Nuestro 2

—Padre Nuestro que estás en los Cielos, santificado sea tu Nombre...
—Ahá.
—¿No podés aparecer la primera vez que te rezo? Cómo te gusta hacerte rogar.
—Dale, que estoy en otra cosa.
—¡No me digas que estabas haciendo algo! Estoy impresionado.
—Daaale.
—Tengo varias preguntas. Primero, ¿para qué hiciste el Universo?
—Hm. Me sentía solo.
—...¿De verdad?
—Nah.
—Segunda: ¿es cierto que hay vida en otros planetas?
—Es cierto. ¿Listo? Tengo que irme.
—Ultima, ¿cuál es el mundo con vida inteligente más cercano a la Tierra?
—Hay una colonia en Ganímedes, acá nomás. Gente piola.
—¿Y por qué no nos contactan?
—Sólo les interesa los mundos con vida inteligente.
—Andá a cagar.

Padre Nuestro 3

—Padre Nuestro que estás en los Cielos...
—¡Acá estoy!
—A la pipeta. Qué rápido para ser un viejito choto.
—Después te quejás, viteh. ¿Qué querés ahora?
—Tengo más preguntas.
Shoot.
—¿Es cierto que el Priorato de Sión se ocupó de ocultar a María Magdalena en Francia luego de la crucifixión de tu hijo, y que ella tuvo una hija engendrada por Jesús llamada Sara?
—Falso. Patrañas. A ese Brown se la tengo jurada.
—La historia tiene más de dos mil años...
—Son macanas.

11.2.05

En el final

Un crujido en la silla del otro lado del escritorio. Alcé los ojos y ahí estaba, otra vez.
El Eternauta, mirándome con esos ojos que habían visto tanto.
Durante un largo rato se quedó ahí, mirando sin ver el tintero, los libros, los papeles desordenados sobre el escritorio.
—Te conté de Hiroshima... —dijo y apoyó la cabeza ya blanca sobre la mano—. Te conté de Pompeya...
Hizo una pausa, me miró sin verme; de pronto sonrió.
—Ni yo mismo sé por qué te hablo de todo eso... —y la voz le venía de quién sabe qué eternidad de espanto, de quién sabe qué inmensidad de dolor y angustia—. Quizá te hablo de todo esto para borrar con otro horror el horror que trato de olvidar. Mientras cuento vuelvo a vivir lo que cuento... Y si hablo de Hiroshima, si hablo de Pompeya, olvido el horror máximo que me tocó vivir. ¿Qué fue Pompeya, qué fue Hiroshima al lado de Buenos Aires arrasado por la nevada?

Héctor G. Oesterheld, El Eternauta / Abril de 1962

10.2.05

Pregunta de ultratumba

Si los fantasmas no fueran afectados por la gravedad, tendrían que estar continuamente calculando sus movimientos para permanecer en una posición relativa a la Tierra (que gira sobre su eje, que gira a su vez alrededor del sol, el que a su vez pertenece a una galaxia espiralada en movimiento, etc). O sea, los fantasmas tendrían que surfear en el espacio permanentemente, por lo que se los vería siempre concentrados en esa tarea, sin mucho tiempo para abrir puertas rechinantes o tratar de arrastrar cadenas o leer diarios viejos. ¿O es que ya tendrán incorporado a sus instintos una especie de GPS (sistema de posicionamiento global) que les facilita la tarea?
Ahora, hablando en serio, ¿por qué algunos fantasmas heredan una versión fantasmal de la ropa que vestía su cadáver? ¿La ropa también muere? Sin embargo tengo la sospecha de que los fantasmas nacen desnudos. Me consta que muchos de ellos han tenido la decencia de cubrirse con una manta.

Leonardo Panthou, La Iniciativa / Enero de 2005

Pájaros prohibidos

Los presos políticos uruguayos no pueden hablar sin permiso, silbar, sonreír, caminar rápido ni saludar a otro preso. Tampoco pueden dibujar ni recibir dibujos de mujeres embarazadas, parejas, mariposas, estrellas ni pájaros.
Didaskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso por tener ideas ideológicas, recibe un domingo la visita de su hija Milay, de cinco años. La hija le trae un dibujo de pájaros. Los censores se lo rompen a la entrada de la cárcel. Al domingo siguiente, Milay le trae un dibujo de árboles. Los árboles no están prohibidos y el dibujo pasa. Didaskó le elogia la obra y le pregunta por los circulitos de colores que aparecen en las copas de los árboles, muchos pequeños círculos entre las ramas:
—¿Son naranjas? ¿Qué frutas son?
La niña lo hace callar:
—Shhhhh...
Y en secreto le explica:
—Bobo, ¿no ves que son ojos? Los ojos de los pájaros que te traje a escondidas.

Eduardo Galeano

Mini tratado anti-romántico

A la manera en que las mujeres lo conciben, el romanticismo es un exceso de planificación: mata la emoción del momento. Lo que debiera ser una rareza lo quieren repetir indefinidamente y con resultados garantizados. Están empecinadas en planificar la espontaneidad, y no me extraña que en la confidencialidad de sus charlas compartan experiencias enumeradas en un breve menú de comida al paso que saben de memoria. Lo que no entiendo es, ¿por qué insisten? Quizás deban ser ustedes las primeras en renegar del romanticismo; tengan esa valentía.

Marcelo Ríos

Deseo

A veces me quedo un rato largo en el patio mirando el movimiento de las hojas en los árboles, y miro el cielo, las nubes que pasan despacito arriba, más rápido abajo. Una bandada de pájaros va muy alto. Todo se mantiene en movimiento. Casi puedo sentir el eco distante en los huesos, la continua rotación del mundo, como cuando era chico y me acostaba sobre el techo de mi casa, allá en Salta, mirando el viaje de la humanidad entre las estrellas. Y entonces regreso más cerca, en tiempo y espacio, al movimiento de los árboles, al baile de sombras sobre la tumba. Tendría que ir.
—Papá.
—¿Sí?
—¿Te acordás que en la Plaza Moreno hay una fuente donde pedís deseos tirando una piedrita?
—Claro, cómo no me voy a acordar —digo, saliendo de mi abstracción para mirar los ojos luminosos, la misma sonrisa amplia, el pelito brillando al sol. Por suerte ellos, mis hijos, no sufren de igual manera que un adulto.
—¿Y por qué la baba me dijo que en las fuentes se tiran moneditas?
—Eso era antes, Jero. Ahora la gente no tira monedas, se usan piedritas.
El enano me pone un manojo de pasto en la mano, y me hace tirarlo para arriba. Da un gritito de alegría. Los pastitos vuelan, una diminuta tormenta verde que gira en la brisa.
—Deseo que mamá, donde quiera que esté, esté bien y ya no le duela la pierna.

¡Eso sí es vida!

Pienso que la forma en la que la vida fluye está mal. Debería ser al revés: Uno debería morir primero, para salir de eso de una vez. Luego, vivir en un asilo de ancianos hasta que te saquen cuando ya no eres tan viejo para estar ahí. Entonces empiezas a trabajar, trabajar por cuarenta años hasta que eres lo suficientemente joven para disfrutar de tu jubilación.
Luego fiestas, parrandas, drogas, alcohol, diversión, amantes, novios, novias, todo, hasta que estás listo para entrar a la secundaria. Después pasas a la primaria y eres un niño(a) que se la pasa jugando sin responsabilidades de ningún tipo.
Luego pasas a ser un bebé y vas de nuevo al vientre materno y ahí pasas los mejores y últimos nueve meses de tu vida flotando en un líquido tibio, hasta que tu vida se apaga en un tremendo orgasmo.

De La Vida según Quino

New York, New York

Hoy en día las grandes capitales del planeta son iguales, arquitectura más o menos. Buenos Aires se parece a New York, a Bangkok y a Tel Aviv. Es decir, la gente se parece. La vida de una metrópolis es una suerte de patria (donde todos residen porque se sienten cómodos). En los 90 nadie extrañaría Buenos Aires en el exilio. Hoy por hoy se consiguen dulce de leche y yerba mate en los supermercados, tango y folklore en las disquerías, en todo el mundo. Pero sí, claro, podrías extrañar a muerte a Salta, a San Juan o a Rosario, si sos de allá. El habitante de Buenos Aires, como la de cualquier otra capital del mundo, no tiene tiempo para pensar en nada más que en sobrevivir. Por eso no le importan las realidades del interior del país, y por eso los medios de comunicación no se hacen eco de aquello; la imagen que se tiene de Salta, por ejemplo, es la típica figura del coya con su hijito al hombro, hundido en el sol de las jujeñas callecitas de La Quiaca. Se muestra esa supuesta realidad como algo curioso, que los turistas pueden apreciar si deciden morirse de calor en sus vacaciones. El interior argentino, para Buenos Aires, es como Ruanda o las culturas neozelandesas. Lejos, sacrificado, caro, para espíritus aventureros o locos.

9.2.05

Barreda 1

En el año de Gracia de Nuestro Señor de 1991, caminar por la oscuridad de la calle cuarenta y ocho era temible. Los árboles se inclinaban sobre el asfalto para ocultar las lámparas, y las pocas luces restantes provenían de las avisos de neón que chisporroteaban en las paredes. En pleno invierno tampoco pueden verse a muchos fuera de las casas y edificios. La Plata es como un animal diurno y, como tal, al caer la noche se agazapa hasta el alba, duerme bajo el cielo de fuego de la destilería o entre las diminutas estrellas del sur.
Llegué resoplando un vapor blanco, tiritando y con las manos en los bolsillos del saco. El doctor, en un gesto valioso para mí, me atendía fuera de horario cuando yo salía de trabajar. Eran mis dientes los más beneficiados, decía mi vieja. Toqué el timbre del garage, y debí esperar un minuto de hielo hasta que el doctor Barreda me abrió la puerta. El viejo asomó la cabeza y sus ojos sonrieron detrás de los anteojos.
-Pasá, pasá -me dijo, expandiendo la abertura-. Tu mamá ya está adentro.
Atravesábamos el garage donde siempre había una sombra de hierro, plantas de hojas grandes y un olor a aceite mezclado con sabia. Era una breve oscuridad, luego subíamos dos peldaños y entrábamos a la brillante sala de espera del consultorio. Cuando empujábamos la puerta la negrura del garage se rompía en mitades, y entonces supongo que habría podido volverme y mirar sobre los hombros, descubrir el secreto vano que albergaba el lugar; pero por algún motivo nunca lo hice. Después, cuando terminaba la consulta y volvíamos a transitar el garage rumbo a la vereda, mis ojos jamás se habituaban a la penumbra con la suficiente rapidez, y así el secreto permanecía a salvo.

Barreda 2

El consultorio era antiguo, amplio. El aire tenía el acostumbrado aroma a canela, fuerte, y estaba impregnado de Mozart. En el centro de la sala se alzaba la máquina y el sillón, el cuello largo como el de un braquiosaurio con ojos de luz ámbar. Miré el horrible escupidero y el instrumental desgastado, añejo, pero impecable. Mi vieja estaba recostada en el sillón, con un gancho de metal hundido en la boca. Me saludó con los ojos, y vi al mismo tiempo el mensaje, una broma: me está por sacar una muela que no es, estaba diciendo. Sonriente, busqué un lugar para sentarme y ver cómo el doctor daba vueltas alrededor del sillón, hurgando con su torno, sus espejitos, sus horribles pinzas de acero.
-Qué buen pibe parece su muchacho -dijo Barreda, serio, con la frente surcada de arrugas formadas por los años de profesión-. En La Plata ya no se ven muchachos así, esta juventud no tiene respeto por nada, ni siquiera saben saludar.
-Ugh -contestó mi vieja-. Pfsssgaclos chicos def hoigg... Así son. A Dios grafiaz...
-¿Sabe lo que me hubiera gustado tener un hijo varón? Porque mis hijas... ¡si le contara, mire!
Hablábamos del gobierno, del Presidente, de los espantos de la política. Barreda era un hombre culto, que gustaba del arte y de la música. Congeniaba con el radicalismo y hablaba a menudo de la libertad de espíritu. Esa vez, cuando mi vieja lo interrogó sobre sus hijas, el doctor se encogió de hombros y no dijo nada.
-Pero me hubiera gustado tener un hijo como el suyo, sabe. Me hubiera gustado...
Después me tocó a mí ocupar el sillón, pero ya no volvimos a tocar ese tema. El doctor Barreda estaba sumido en quién sabe qué pensamientos. Hoy me estremezco al recordarlo. Quizás estaba decidiendo en ese mismo instante darles muerte, tal vez en esos minutos su mente se desbarrancaba hacia los abismos de la demencia. Barreda era inteligente, sin embargo. Pero eso no significaba nada entonces.

Barreda 3

Abandonamos el consultorio blanco, sintiendo la cara hinchada y el frío que menguaba los efectos de la anestesia. Barreda se quitó el guardapolvo y, ordenadamente, lo colgó en un perchero. Había empezado a hablar nuevamente, esta vez de caza y de pesca, sus otras pasiones.
-Pueden pagarme cuando puedan -nos dijo, comprensivo-. Cuando terminemos el tratamiento.
En la oscuridad del garage tropezamos con dos sombras, muy cerca una de otra.
-¿Hija? -preguntó Barreda, dubitativo, luego aseveró: -Son ustedes. ¿Cómo están?
No recibió contestación. Pasamos al lado de la pareja. Eran la hija menor, una mujer de cabello rubio, de unos veintitrés años, y su novio. Estaban abrazados en la penumbra, cerca del portón. Yo dije "buenas noches" y salí. Tampoco me respondieron.
Nos despedimos y, al alejarnos hacia la esquina, me volví por última vez. El viejo cerraba la puerta, en silencio. Un día de 1992 el doctor Barreda asesinó a su suegra, su esposa y sus dos hijas, utilizando la escopeta que tenía preparada desde siempre bajo una escalera, en el garage, para defenderse de los ladrones y para cazar. Declaró ante la justicia que se había liberado, que eran ellas o él, y que si las condiciones que lo habían llevado al límite se repitieran, volvería a hacerlo. No parecía un demente, pero tampoco se parecía a ese doctor Barreda, íntegro, brillante, que conocí.
No podía creer que el pobre viejo hubiera hecho eso. Me negaba a creerlo, y me niego aún hoy, cuando se trata de decidir si en el curso del homicidio estuvo momentáneamente loco o se trata de un plan cuidadoso, limpio, casi perfecto. El dolor y la pena de Barreda de repente se hacían carne en mí.
Por fin, en este invierno de 1995 la casualidad me llevó a transitar por la calle cuarenta y ocho, tres años después, sintiendo el mismo frío que esa noche. Me detuve ante el portón verde del garage, casi sorprendido por ese acto inútil. El tiempo todo lo cubre en un manto de hojas secas, todo lo borra y diluye. La pintura está saltándose, revelando una superficie cubierta de óxido, los vidrios están sucios y el garage se cubre lentamente de polvo, hojarasca y la correspondencia que nadie abre. Y aún es posible distinguir las letras del chistoso de turno, del que está ajeno al sufrimiento. El graffitti atraviesa parte de la pared y continúa sobre el portón, como un tajo sin sangre: Aquí vive el odontólogo Barreda. Hago precio por emplomadura.

Un inodoro no es arte

El concepto de que una idea ya es arte, me viene rompiendo las pelotas desde hace años. Es cierto que me rompo las pelotas bien fácil, pero ya sabía yo que algo así iba a suceder. El presentimiento me soplaba la nuca (o al menos espero que haya sido el presentimiento) y ya no queda duda al respecto: hoy, el arte, es apenas un refugio para mediocres pretenciosos. La macana no es que sean mediocres, sino que pretendan disfrazar su inoperancia de expresiones artísticas. Con la excusa de lo conceptual, de que el arte es subjetivo, que no se explica y de que el artista está por encima de todo cuestionamiento, se han cometido -y se seguirán cometiendo- atrocidades inexplicables. Atrocidades creadas, únicamente, para elevar el pequeño ego del supuesto artista.

Maximiliano Ferzzola, No Pretendo Agradarles /Diciembre de 2004

Diario de viaje

Finalmente, ayer nos casamos. Fue una tarea larga y excitante que casi terminó con nuestros nervios; pero estamos felices porque todo salió bien, a pesar de los miedos, las corridas de último momento y de los pasados cuatro meses. Ahora es tiempo de desprenderse de la vorágine que nos estuvo tragando, de retirarse a descansar lejos de los ruidos y los problemas. Elegimos Búzios por tres motivos fundamentales : es un lugar lejano, es tranquilo y está al alcance de nuestros flacos bolsillos. Decidimos escribir este Diario de viaje y agregarlo junto a las fotos (que todavía no sacamos) en el álbum (que aún no tenemos), pero... trabajamos en eso.

Mil años atrás

Veo torres de iglesia armadas con luces y sombras, renderizadas, como hechas nada más que con fósforo y rayos catódicos. Oigo bocinazos lejanos, como de ultratumba. Tengo frío, y un hambre infernal. Y sobre todo, estoy obligado a esperar los latidos del reloj otra hora más, esclavo como soy de ese otro reloj chasqueante come-tarjetas que vigila la puerta de salida. Oficinista soy, kafkiano, rollizo, atolondrado. A clockwork orange. Después me espera una caminata breve, cansina, hasta la boca de aliento negro, la panza descomunal del subterráneo que es como una muerte calurosa e irreflexiva, cada noche. Sólo tres estaciones, tres frenadas y tres golpes, tres millones de rostros en blanco, y a lanzarse en la corriente imparable y silenciosa que me arrastra fuera del monstruo y curiosamente trepa escaleras contra toda ley de gravedad. Y ya bajo la gigantesca, grotesca, inconcebible cúpula de Constitución se produce y se provoca la última, o casi última carrera hacia el Hermano Mayor, el largo y atestado tren de dos colores, con sus vidrios astillados y rotos, y sus sacudidas y silbatos. Y avanza lento como en un sueño, atraviesa calles y rampas, se dobla y se estira rumbo a La Plata, que se presume allá lejos como un oscuro satélite de la capital.
La noche es larga, aburrida. El tren traquetea y nunca parece llegar a ningún lado aunque se detenga cada cinco minutos todo el tiempo. No se puede leer, salvo entre la Constelación de Hudson y la Nebulosa de Pereyra, donde, obedientemente, la luz se intensifica al ritmo de la velocidad creciente. El tren queda casi vacío, y se dispara como un perro que perdió sus pulgas para siempre. Entonces leo, mientras puedo.

Neurona 7

El estadio había quedado vacío. Faltaban menos de veinte horas para el cierre de la campaña romerista, y todavía nos faltaba colgar las letras del partido y dibujar los rostros sonrientes de candidatos y líderes espirituales.
Teníamos varias planchas circulares de tergopol y un montón de latas de pegamento, pintura, lápiz, unas fotos y un cagazo temible. Y dibujamos. Dibujamos. Dibujamos. Me subo a las cabinas de los periodistas, a 25 metros de altura, y dirijo la operación, porque desde el suelo es imposible debido al tamaño de esas caras horribles. Más ahí, Pepo, no, un poco más acá. Eso es. No, no. Ahí.
Cuando la cosa está casi terminada, podemos afirmar entre todos que el retrato del candidato principal tiene un notable parecido a Espeche, el oponente radical. Encima, algunos retratos que afirmamos en la pared para secarse se chorrean espantosamente. Lágrimas de pintura en nombre del futuro político.

8.2.05

Campos de luz

El pajarraco de lata atraviesa el cielo con buen tiempo, a casi diez mil metros de altura. Malvi y yo vemos a través de la ventanilla. Volamos un nuevo desierto blanco, compuesto de enormes masas gaseosas que adquieren formas gigantescas, gruesas columnas y desfiladeros, valles, acantilados y puentes hechos sólo de nubes infladas por la cegadora luz. El sol permanece sobre el horizonte proyectando sombras azuladas sobre el paisaje. Pronto aterrizaremos en Sâo Paulo y, tras una escala que suponemos breve, seguiremos volando hacia nuestro destino final, el aeropuerto internacional de Río de Janeiro. ¡Vamos a tomar sol, comer frutas hasta reventar y dormir todo el tiempo! La miro, enamorado. Estoy seguro de que tanta felicidad es para siempre.

En nuestro próximo número

¡El cierre de Durgan Report llega por fin, para gusto y disfrute de miles de lectores en todo el mundo! ¡Nuestro número apocalíptico será más interesante que nunca, con docenas de secciones, la inesperada conclusión de Neuromante, un especial anticipo de verano con todo (tragos fríos con limón, pileta, balde, palita, pelota de goma) y un exclusivo reportaje fotográfico a otra estrella de la televisión (permítannos guardarnos el secreto hasta el final)! ¡No se pierda Durgan Report de Octubre, el número terminal! No sea zonzo.

Y los años pasaron

Así, de repente, sin que mediara nada sublime de por medio. Una mañana te despertás y caés en la cuenta de que no sos nada, ni hiciste alguna cosa productiva con vos mismo. Utilizamos sólo diez veranos para acabar con todo lo bueno que teníamos cuando adolescentes. Te levantás y decís: ¡Carajo, qué viejo estoy! Me vine grande y peludo. Abrís la ventana y ves una ciudad linda, sembrada de tilos y con un cielo claro con dos o tres nubes por ahí, como círculos de papel, y un dirigible rojo y blanco esparciendo humo de colores. Pero en vez de sentirte mejor, o lleno de energía, te sale un suspiro y un ¡qué hago aquí, tan lejos! De inmediato surge otra pregunta: ¿Tan lejos de qué? Salta desaparece en mi memoria, aún cuando lucho por lo contrario. ¿Lejos de los amigos? Ya no tengo, podría decirlo. Todos allá han crecido y apuestan por sus asuntos. Las veces que fuí casi no tuvieron tiempo para que nos viéramos. ¿Lejos de la familia? Los extraño, sí, pero también me sorprende que al volver mis tíos estén canosos, los primos grandes como señores de oficina, los perros y gatos enterrados en el jardín. ¿Las calles, los lugares? Ya no significan nada si están vacíos de gente amiga, como esas fotos donde sólo podés ver un paisaje sin nadie allí dentro. Entonces, ¿para qué volver, si sólo te provoca dolor?

San José 05

El Bar San José aparece los viernes, a eso de las siete, cuando cae el sol, en una de las esquinas de Buenos Aires. Pude comprobar personalmente que en otro momento, otro día de la semana u otra hora, el Bar no está ahí. En su lugar hay una tintorería japonesa, o un restaurant vegetariano chino, o algo de eso. Pero el Bar no está.

Islas y penínsulas

Salimos del inmenso desierto blanco. Vemos los bordes del continente repleto de penínsulas. Varias islas flotan allá abajo, como manchas verdes y amarillas sobre el Atlántico. El cielo proyecta sombras en la superficie del mar. Es un paisaje hermoso que jamás habíamos visto, salvo en películas de piratas. ¡Cuántas maravillas uno se pierde al no viajar! Estamos felices, y yo me abalanzo sobre mi pobre flamante esposa para poder asomarme a la ventanilla.

Neurona 4

Hemos cortado y pintado lunas y palmeras, convertidos de pronto en artistas de la escenografía salteña. Tenemos un afiche hermoso donde se pueden ver spots y una banda de jazz y bailarinas y el mágico anuncio del estreno. Afuera aguarda una multitud preparándose para asistir al café concert que nunca se vio en el valle de Lerma. El aire se llena de blues y de spiritual, pero nuestros bolsillos precarios siguen vacíos, salvo por un poco de aire sucio de tabaco y de esperanzas.

Me encuentro arriba

Decía que me encuentro arriba porque estoy subido a un edificio alto. Desde aquí tengo una vista estupenda de la noche cayendo sobre Buenos Aires. Las luces de las cientos de oficinas, tras mi ventana, y el brillo fantasmagórico del cardúmen de monitores en esos solitarios templos de la burocracia me recuerdan a cada instante que el nuevo siglo se nos viene encima. Buenos Aires se parece, cada vez más, a una película de Ridley Scott. No puedo evitar ese sentimiento, que por un lado me asusta y, por el otro, secretamente, me seduce, sólo en virtud de que la CF pesimista -noufiúcher, diría el Pepo- todavía me atrapa en sus babosas redes.

¡Desnudamos a nuestro Director!

Ahí viene. Ahí está. Nuestro Dire se acerca parsimoniosamente, sonriente, y entra en el círculo de luz. Hay que mover un poco las sombrillas reflectantes y acomodar unos almohadones. Eso es. El Dire tiene puesto un vaquero medio roto y zapatillas, pero no camisa ni corbata. Así se puede apreciar la extraordinaria simetría de esa panza y el tatuaje de luna en la espalda fofa. Perfecto.
Conecten la música. Bien. Más despacio. ¡Che, Juan, que esas minas se ubiquen a un costado, en las tribunas! ¡Traigan agua para la gente! Por favor, a los reporteros... miren, muchachos, ustedes están haciendo su trabajo y yo el mío. No jodan, no quiero flashes que me arruinen las tomas. Sí, sí. Después van a sacar todas las que quieran, pero no se me vengan encima. ¿OK?¿Listo, Director? ¡Ok!
¡Ahora! ¡Muy bien, muy bien! Así se hace. Ahora fuera los pantalones, pero despacio. Ahí, ¿lo tenés, Cristina? ¡Muevan esa sombrilla! Eso es... eso es. Ahora muestre la panza... Bien, bien carajo. Ahora el zolcinlloca. Despacio, desp... ¡No griten, por favor! Señoras, por favor. Chicas, atrás, atrás... ¡Salgan, SALGAN laputaquelopariócarajo! ¡No estorben! ¿Y el Director? ¿Dónde está?... ¡Ahí, ahí! ¡Se lo llevan! ¡Hagan algo! ¿Qué, que no tenía rollo la cámara? ¡Pero vos sos una boluda, Cristina! ¡Che! ¡Vuelvan, locas de mierda! ¡Hagan algo! ¡Hagan algooooo!

Día de Muertos

En el folclore mexicano, el Día de Muertos se extiende desde el 31 de octubre al 2 de noviembre, coincidiendo con la celebración que los norteamericanos llaman Halloween; pero, si bien ambas tradiciones giran en torno al significado de la muerte, la primera es una fiesta que intenta rememorar con amor y honrar a familiares y seres queridos, en tanto la Noche de Brujas es una celebración grotesca y comercial, en la que se toma en burla a la muerte.
La historia del festival se remonta a la cultura azteca. Incluso, antes que en esta civilización del Valle de México, las antiguas culturas mesoamericanas de Guatemala, Honduras, Belice, El Salvador y la región sureste de México celebraban el retorno de los espíritus una vez al año. Los conquistadores españoles intentaron detener estos ritos, pero fracasaron en su mayor parte. Sin embargo, con el tiempo las creencias católicas se fusionaron con las nativas, resultando la fiesta que hoy conocemos.
Durante estos días, los mexicanos creen que los fallecidos vuelven del otro mundo a visitar a sus seres queridos. En muchas regiones de México las puertas permanecen abiertas desde el mediodía hasta la noche para que los espíritus puedan entrar en las casas. En los cementerios, las tumbas son limpiadas, arregladas y adornadas con flores e incienso, mientras que numerosas ofrendas de ropas y dulces regionales son depositados al pie de las lápidas. Los niños consumen calaveras de azúcar y en las esquinas los coloridos puestos venden Pan de Muertos, el alimento obligado. Al atardecer, los cirios brillan por centenares y la gente festeja con alegría el ritmo de la vida y de la muerte.
La creencia dice también que, al morir, los espíritus deben transitar un camino de cuatro años, al final del cual podrán descansar en paz. Este camino es tanto o más arduo de acuerdo a la vida que hayamos llevado. Por consiguiente, aquél que ha sido bueno atravesará el camino con serenidad, mientras que el que no, tendrá que soportar pena y dolor.

Grim Fandango, XPC review

El amor es como el viento (un día se va)

Las minas son uno de los más grandes misterios del Universo. No tengo nada que agregar a tu desgracia. Yo también pasé situaciones parecidas y siempre salí absolutamente mal parado (connotaciones físicas no se valen). Yo me casé y listo. Ahora las entiendo todavía menos, pero digamos que ya no lo intento. Lo que pasa, pasa. Lo que no, también pasa. Ellas deciden. Nosotros, deseamos eternamente.

Neurona 6

Viene la noche. Las primeras estrellas del sur flotan en el cielo azul oscuro. Atravieso el sendero entre los monoblocks y me adentro en la calle amplia y bordeada de árboles. Al llegar a la esquina de ligustros, mi amigo aparece entre las sombras. No hay nadie en casa más que él, así que sacamos los parlantes a la ventana e iniciamos la guerra contra los tecnos. Tiembla el barrio con los gritos de Balls to the wall.
Y entonces programamos una historia que nunca escribiríamos. La historia de una ciudad gigantesca, vieja, girando sin parar alrededor del mundo sobre rieles de coloso. La ciudad estaría viva después de la hecatombe nuclear, andando siempre en el lado oscuro del planeta, habriendo sus pétalos de hierro, habitada por una humanidad enfermiza que ha olvidado la existencia del mundo exterior. Y nuestro héroe, sospechando la verdad, escapaba a la libertad llevado por unas frágiles alas delta.

Neurona 3

Se abre la puerta de madera verde y todos nos ponemos de pie. A continuación aparecen dos ojos de hielo pegados a un cráneo maquillado, flotando como huevos en una explosión de pelos amarillos. La mujer demonio dice solamente "buenos días señores, saquen una hojita" y avanza hasta el escritorio como un gato flaco y salvaje. Nosotros contestamos y, en ese preciso instante, Claudia (siempre hay una Claudia en las aulas, así como siempre está el pelado de la primera fila en los teatros) se rasca inconscientemente una nalga y hace chasquear el elástico de la bombacha. ¡Stack! Entonces estamos que nos salimos de los pantalones, y para colmo no tenemos idea de para qué carajo sirven las hojitas que pusimos sobre el pupitre.

Desnudamos a Pamela Anderson

Presentamos aquí el reportaje fotográfico a una auténtica mujer, dueña de la belleza, prototipo de rubia americana, esa que es ideal para vengarse de la dominación yanqui metiéndole la verga por el pequeñito orificio del ano hasta estallar la venganza aborigen.
Estimado Lector, no tema irse entre esas tetas como montañas. Sienta el suave canal entre tan inmensas protuberancias de sonrosado pezón, llénele la boca y el cabello de semen, ¡y no termine de eyacular todavía, que aún falta morder la espalda cimbreante y hundir la lengua entre esos pliegues de amor!

Durgan Report #6, Octubre de 1995

Neurona 1

Caminamos por los suburbios del barrio. Hay un cine amarillo en una esquina, sobre el baldío. Unas letras enormes, rojas, dicen APOLO. Esta noche pasan una cinta vieja, pero no menos atractiva. La cartelera evoca murmullos y caricias de otros tiempos, de diez años atrás. Deep Throat, Garganta profunda. ¿Cómo hacer para evadir esos cuatro o cinco inviernos que nos faltan para los dieciocho? Se podría intentar la entrada, de todas formas. Pero ya se hizo antes, y con malos resultados.
El consuelo es rodear el cine y escabullirse entre los matorrales secos del baldío. Junto a la puerta trasera suelen encontrarse restos de cinta, breves trozos de tiempo en una secuencia inmóvil. Las partes que no pasan la tijera del censor. Y miramos sonrientes los diminutos cuerpecitos amontonados en un centímetro de celuloide. A la semana siguiente, cuando ya tenemos el valor suficiente, la parroquia logra clausurar el cine, por enésima vez.

Lo que me gustaría ser a mí si no fuera lo que soy

Siempre que viene el tiempo fresco, o sea al medio del otonio, a mí me da la loca de pensar ideas del tipo eséntrico y esótico, como ser por egemplo que me gustaría venirme golondrina para agarrar y volar a los paíx adonde haiga calor, o de ser hormiga para meterme bien adentro de una cueva y comer los productos guardados en el verano o de ser una bívora como las del solójicO, que las tienen bien guardadas en una jaula de vidrio con calefacción para que no se queden duras de frío, que es lo que les pasa a los pobres seres humanos que no pueden comprarse ropa con lo cara questá, ni pueden calentarse por la falta del querosén, la falta del carbón, la falta de lenia, la falta de petrolio y tamién la falta de plata, porque cuando uno anda con biyuya ensima puede entrar a cualquier boliche y mandarse una buena grapa que hay que ver lo que calienta, aunque no conbiene abusar, porque del abuso entra el visio y del visio la dejeneradés tanto del cuerpo como de las taras moral de cada cual, y cuando se viene abajo por la pendiente fatal de la falta de buena condupta en todo sentido, ya nadie ni nadies lo salva de acabar en el más espantoso tacho de basura del desprastijio humano, y nunca le van a dar una mano para sacarlo de adentro del fango enmundo entre el cual se rebuelca, ni más ni meno que si fuera un cóndoR que cuando joven supo correr y volar por la punta de las altas montanias, pero que al ser viejo cayó parabajo como bombardero en picada que le falia el motor moral. ¡Y ojalá que lo que estoy escribiendo le sirbalguno para que mire bien su comportamiento y que no searrepienta cuando es tarde y ya todo se haiga ido al corno por culpa suya!


CÉSAR BRUTO, Lo que me gustaría ser a mí si no fuera lo que soy.
De Rayuela, Julio Cortázar,1963

El arte de resignarse

El arte de resignarse a la mediocridad intelectual debe ser acuñado con tenacidad y esmero, intentando idiotizarse hasta un nivel por sobre la media general, de todas formas, y aunque la high society o el stablishment digan lo contrario.
Yo lo conseguí, caracho, porque casi abandoné la lectura y la lucidez que brinda el fluir manso del tiempo, cambiándolos por horas largas de embrutecedora virtualidad, video y sonido electrónico, inmensas aventuras gráficas, interminables batallas contra el Imperio de Darth Vader, sempiternos paréntesis de nada en un mundo de nada, con nada en las manos más que un ratón que, para colmo, es de plástico y tiene empastada la bolita.
El alimento de los dioses, el libro, casi ha dejado de servirme de almohada. Al caer la noche yo caigo con ella, y con mayor estrépito. A veces leo un poco la Axxón, pero fundamentalmente en el laburo, durante el tiempo muerto de impresión o cuando el gato no está. Luego, me vuelvo hacia la pared blanca que rodea mi cerebro, y contemplo la nada, y pienso en nada.

Noviembre 21, 1994

Bartolo

Finalmente Bartolo se me fue a vivir con mamá y Pedro, por varios motivos: por un lado porque ella lo extrañaba mucho (y Bartolo la extrañaba a ella), y por otro lado porque estaba demasiado solito todo el día, metido ahí en su cucha. Me dio pena y lo trasladé. Ahora lo veo los fines de semana, y entonces jugamos al trapo hasta que nos cansamos. Pero lo extraño mucho. La casa me parece vacía sin él. Pero Bartolo ahora vive una vida mejor, puede andar a su gusto por el patio de Pedro. La única guerra es con Carlitos, que está celoso. Donde orina Bartolo, orina Carlitos, y enseguida Bartolo, y de nuevo mea Carlitos. Se pelean por el reinado del patio. Y como le llevamos la cucha también, ahora el negro la tiene que compartir con Julia y Sofía, porque apenas lo ven salir se meten ellas.

29 de julio de 1997

Floppy

Espero que el colegio siga igual o mejor.Si mamá algo te dice al respecto no es para retarte, sino para ayudarte. El cambio de compañeros, de profesores y hasta los problemas de mamá con Julio sé que interfieren en vos, pero a la vez sé que sos inteligente y eso tenés que metértelo en la cabezota. Vos nunca te consideraste así tal vez porque confundís los términos. Ser inteligente no significa tener todo 10, no llevarse materias, ni ser la mejor de la división. Ser inteligente es ser una persona coherente, que sabe lo que es bueno y malo, que sabe tomar buenas decisiones y que todo lo que hace lo hace con responsabilidad. Vos me demostraste y te demostraste que cuando tuviste que levantar las cinco materias lo hiciste, y cuando tuviste que sacarte nueve, nada menos que nueve en Biología, lo hiciste. En todo, hasta en las cosas simples de la vida, se necesita también suerte. Si a pesar de todos nuestros esfuerzos las cosas nos salen mal, debemos ser optimistas que la próxima será nuestra. Si no aprobás una materia, no te estás portando mal, ni nos estás defraudando, ni recibirás un castigo, sólo compartimos con vos la desilusión que ello te provoca. Bueno, ahora a estudiar sino no hay Bon Jovi.

Malvina, 15 de Agosto de 1994

Long Good-byes

Mi capacidad literaria, estos años, ha caído estrepitosamente. Me considero un fiasco, intelectualmente hablando. Te lo confío a vos, porque después de todo sos el único amigo que me queda con tendencias esquizo-escribitoides. Mea culpa. O, para sincerar más la cosa, urbis culpa. Buenos Aires te encierra en un globo sin aire. No te permite leer, ni escribir, ni disfrutar auriculares cuando el reloj atraviesa la noche. Te fusila cada día, obligándote a olvidar todas las buenas costumbres que uno acarreaba desde la juventud. Eso es lo único que odio de este pago metálico.
Por esto, agradeciendo tu invitación a aparecer en Metrofagia, y disculpándome a la vez hasta no disponer de un ejemplar con el que conocer su contenido, para así adecuar un futuro trabajo, por ahora te autorizo a utilizar cualquiera de mis relatos publicados en Axxón hasta hoy. Quizás ninguno te sirva, pero para eso sos el editor. De otra manera, haceme saber qué nota o cosa parecida necesitás para cubrir los huecos. Con gusto voy a enviarte el material, en honor a esos años en que Kallpa era el sueño común de las noches con estrellas.

7.2.05

Buscando pasar la noche

Llegamos en subte a la zona de Palermo buscando la Residencia “Godoy Cruz”, perteneciente al Círculo de Suboficiales del Ejército. El día está soleado y fresco. El hall de la residencia es un poco oscuro, y cada tanto de los ascensores salen adolescentes rapados y con mirada ceñuda. En el mostrador nos atiende una paraguaya de pocas pulgas. En cámara lenta rebusca en una libreta tachonada, mira un monitor percudido, hace preguntas. No figura la reserva que Malvi hizo por teléfono desde La Plata. No importa, refunfuña, hay lugar y sólo nos quedamos una noche. Por primera vez Malvi me presenta como “su esposo”. ¡Glup! Suena extraño y, por una fracción de segundo, la miro asombrado... pero debo concluir que tiene razón. Diablos. La paraguaya nos pregunta si queremos ver televisión para entregarnos el control remoto. Después nos alarga lentamente la llave de la habitación 107 y vuelve, también lentamente, a sus cosas de recepcionista.
Nos despanzurramos en la cama. Estamos demolidos aunque no hicimos nada más que viajar dos horas desde La Plata. El cansancio perdura de la noche pasada. Probamos los artefactos disponibles: el acondicionador de aire no funciona, el turbo no tiene adaptador (hay que enchufarlo en el baño), la música funcional apenas se oye... Mejor nos ponemos a hacer algo.

Stationary Traveller

Pisando los treinta, podemos decir que nos hemos vuelto anticuados. Ya nada nos parece mejor que los días que arrastra el viento, allá lejos. ¿O es una idea mía, tan sólo? Quizás no hay reemplazo para esos instantes previos a este futuro, cuando ya el horizonte comienza a hacerse visible.
Me impresiona mucho que la Profe esté con vida. Pero no porque la pensara muerta, sino porque jamás me detuve a creer que alguna vez dejaría este mundo. Tus palabras me sorprenden porque vaticinan lo que no he querido imaginar.
Cuando uno se aleja, las personas y las cosas se congelan en un lugar de la memoria, y allí quedan, inmutables, perfectas. Eternas. ¿Podés imaginar lo que en este momento vive en mi mente? Puedo ver a la Profe, con sus ojos brillantes y su matorral de pelos, jadeando y brincando entre mis manos. Y para mí hoy ella sigue igual que hace seis años, y nada ha cambiado. ¿Te acordás de Moebius, mi perro? También está allí, conmigo, en ese paisaje mental detenido en el tiempo. No ha cambiado, y vive para mí.
Creo que no te llamaría anticuado por experimentar el universo Nietzsche. Se sabe que nuestro único y real problema, por lo pronto insoluble, es que el viejo no tenía razón. Pero como lo dice todavía, cinco otoños después, esa pared aerosolada en algún rincón de la ciudad: Dios ha muerto. Nietzsche. Y, más abajo: Nietzsche ha muerto. Dios.

El viaje entre las luces

La fagocitante metrópolis del Buen Ayre se mueve lenta ahora. El trabajo no abunda, y todo es más caro que en La Linda, según dicen. Creo que si alguna vez tus huesos caen en ese cemento, Marce, van a doler un tiempo impredecible. Recuerdo mi propio dolor, fuerte y recalcitrante durante tres inviernos. ¿Te acordás del tuyo? Ignoro cuál es tu motivación para ser aspirante a este infierno precario. Quisiera que te detuvieras a pensarlo mejor, aunque también lucho contra el impulso de alentar el viaje entre las luces. Digo esto último porque me siento tan acostumbrado a este sur que si tuviera que rehacer aquella partida hacia la nada volvería a intentarlo. La estabilidad en los lugares, como en los sentimientos, sólo se alcanza bebiendo de la marea del tiempo.