7.2.05

Stationary Traveller

Pisando los treinta, podemos decir que nos hemos vuelto anticuados. Ya nada nos parece mejor que los días que arrastra el viento, allá lejos. ¿O es una idea mía, tan sólo? Quizás no hay reemplazo para esos instantes previos a este futuro, cuando ya el horizonte comienza a hacerse visible.
Me impresiona mucho que la Profe esté con vida. Pero no porque la pensara muerta, sino porque jamás me detuve a creer que alguna vez dejaría este mundo. Tus palabras me sorprenden porque vaticinan lo que no he querido imaginar.
Cuando uno se aleja, las personas y las cosas se congelan en un lugar de la memoria, y allí quedan, inmutables, perfectas. Eternas. ¿Podés imaginar lo que en este momento vive en mi mente? Puedo ver a la Profe, con sus ojos brillantes y su matorral de pelos, jadeando y brincando entre mis manos. Y para mí hoy ella sigue igual que hace seis años, y nada ha cambiado. ¿Te acordás de Moebius, mi perro? También está allí, conmigo, en ese paisaje mental detenido en el tiempo. No ha cambiado, y vive para mí.
Creo que no te llamaría anticuado por experimentar el universo Nietzsche. Se sabe que nuestro único y real problema, por lo pronto insoluble, es que el viejo no tenía razón. Pero como lo dice todavía, cinco otoños después, esa pared aerosolada en algún rincón de la ciudad: Dios ha muerto. Nietzsche. Y, más abajo: Nietzsche ha muerto. Dios.

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