10.2.05

Deseo

A veces me quedo un rato largo en el patio mirando el movimiento de las hojas en los árboles, y miro el cielo, las nubes que pasan despacito arriba, más rápido abajo. Una bandada de pájaros va muy alto. Todo se mantiene en movimiento. Casi puedo sentir el eco distante en los huesos, la continua rotación del mundo, como cuando era chico y me acostaba sobre el techo de mi casa, allá en Salta, mirando el viaje de la humanidad entre las estrellas. Y entonces regreso más cerca, en tiempo y espacio, al movimiento de los árboles, al baile de sombras sobre la tumba. Tendría que ir.
—Papá.
—¿Sí?
—¿Te acordás que en la Plaza Moreno hay una fuente donde pedís deseos tirando una piedrita?
—Claro, cómo no me voy a acordar —digo, saliendo de mi abstracción para mirar los ojos luminosos, la misma sonrisa amplia, el pelito brillando al sol. Por suerte ellos, mis hijos, no sufren de igual manera que un adulto.
—¿Y por qué la baba me dijo que en las fuentes se tiran moneditas?
—Eso era antes, Jero. Ahora la gente no tira monedas, se usan piedritas.
El enano me pone un manojo de pasto en la mano, y me hace tirarlo para arriba. Da un gritito de alegría. Los pastitos vuelan, una diminuta tormenta verde que gira en la brisa.
—Deseo que mamá, donde quiera que esté, esté bien y ya no le duela la pierna.

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