5.2.05

Verónica

Un bebé te cambia la vida por completo. No podés dormir hasta tarde los fines de semana, no podés ir a ver una peli al cine, no podés dejar de cocinar el día que tenés fiaca…

Pero no es lo único que quiero decirte. Quiero contarte lo que nunca aprenderás en un curso pre-parto. Quiero contarte que las heridas físicas de dar a luz sanarán, pero que el ser Mamá te dejará una herida emocional tan grande que para siempre te volverá vulnerable. Quiero advertirte que nunca más podrás leer el diario sin pensar: “Podría ser mi hijo…”. Que cada accidente en las rutas empezarán a angustiarte, cada catástrofe aérea, cada casa incendiada, cada bebe abandonado. Cuando veas fotos de niños que mueren de hambre, pensarás que no podrías soportar tal sufrimiento para Tu Hijo.

Te conozco. Sé que tus uñas están perfectamente limadas, que tenés puesto lo que dicta la moda actual, que el color de tu cabello está cuidado. Y pienso que no importa como lucís ahora, cuando seas Mamá te reducirás al nivel primitivo de una leona protegiendo a tu cachorro. Que un grito desesperado de “¡Mamá!” será suficiente causa de por qué dejaste caer tu mejor adorno sin siquiera titubear.

No importa cuantos años invertiste en tu trabajo, profesionalmente serás derrotada por la Maternidad.

Podrás acomodar tus horarios con la guardería, pero entrarás al negocio solamente pensando en el olorcito de Tu Hijo. Y tendrás que disciplinarte para no llamar a cada rato y preguntar si tu Hijo está bien. Quiero que sepas que las decisiones de todos los días ya no serán de rutina. Que el deseo de tu hijo de un año de dormir solo, o a los cinco años de ir al baño de caballeros en lugar del de damas en el MacDonald’s se transformará en un dilema. Quiero aclararte que no importa con qué seguridad tomás las decisiones hoy, como Mamá siempre te estarás preguntado: “¿Habré hecho lo correcto?”.

Sos una mujer atractiva y seductora y no solo quiero advertirte de los kilos que acarrea el embarazo, también quiero asegurarte que ya nunca más te verás ni te sentirás como antes. Que tu vida, ahora tan llena e importante, tendrá menos valor una vez que llegue Tu Hijo, pero también rogarás por muchos años por delante –no solamente para cumplir tus propios sueños– sino para presenciar como Tu Hijo realiza los suyos. Quiero que sepas que la cicatríz de una cesárea o las estrías de la panza se transformarán en distinciones de honor. Quiero contarte que la relación que tenés con tu pareja también cambiará, porque cuanto más se ama a ese Hombre que tiene tanto cuidado cuando pone un pañal o se tira al suelo para jugar con Su Hijo. Quiero que sepas que te volverás a enamorar de él por razones que ahora te parecen poco románticas. Quiero que sepas lo emocionante que es ver a Tu Hijo caminar por primera vez, el deseo de capturar las carcajadas de Tu Hijo cuando lo besas en esa panzota.

Quiero compartir y alegrarme con vos la oportunidad de experimentar esta felicidad que es tan real, que a veces hasta nos hace doler. “Nunca te vas arrepentir”. No se puede explicar lo que se siente, esa cosa chiquitita cuando empieza a moverse, vas a ser la persona más feliz de la tierra durante estos nueve meses y todos los años que sigan.

Te quiero mucho y estoy enormemente feliz por los tres.

Malvina, 30/01/2002

Mi esposa

Malvina falleció de cáncer el 22 de noviembre de 2004, tras luchar durante dos años con la enfermedad. Yo la amaba. La amo, todavía. Tengo dos hijos, de 4 años el varón, de 2 años la nena. Son hermosos; insoportables, pero hermosos.

En todo este tiempo lo he pasado mal. El cáncer apareció con seis meses de embarazo, cuando yo no tenía un peso, ni siquiera techo ni obra social (como ahora). Hubo que hacer nacer en forma prematura a mi hija para iniciar con los tratamientos. Los tratamientos fueron con radioterapia, y fracasaron; fueron el peor error. Al regresar los tumores, seis meses después de darla por "curada", la única salida para la medicina convencional era una cirugía devastadora, a la que ella en principio aceptó, por sus hijos, pero tras pensarlo un tiempo acabó por negarse. Imaginen mi desesperación. Busqué, busqué con todas mis fuerzas otra manera.

Pueda parecer ridículo, pero encontré la cura. Sí, encontré la cura para el cáncer, nada menos, aunque suene a ficción como en los Expedientes X. El cáncer se cura, pero no con los métodos convencionales. Sin embargo, revelar la forma no bastó para salvar a mi mujer, en parte debido a los daños provocados por la radioterapia, en parte porque tenía uno de los carcinomas más destructivos, letales. Igual sirvió para prolongar durante un año su vida, más allá de toda expectativa médica.

Fue un año importante. Nuestro año de oro, como suelo llamarlo. En ese tiempo ella pudo ver que yo me recuperaba, laboralmente hablando, al asumir la dirección de dos revistas de México, y que nuestra pequeñita salía de un gravísimo problema: a los 6 meses fue diagnosticada con Sindrome de West, un tipo de epilepsia muy grave. En teoría la enfermedad de mi hija no tuvo que ver con el cáncer de su mamá... aunque entonces hay que pensar en una tragedia más grande en nuestra familia, fruto del azar. Era increíble. Ya no importa. Mi hija está bien ahora, se recupera y es muy probable que quede normal.

Malvina luchó con optimismo, y mucha, mucha valentía, hasta el último minuto en que perdió la conciencia. Fue ella quien decidió morir, cuando se dio cuenta que no se podía más. Por eso y por muchas cosas, por esos 24 meses de horror y de esperanza, yo la admiro como a nadie. Me pidió que la acompañara en su decisión, y ese fue uno de los momentos más difíciles de mi vida. Desde ese día hasta el momento de fallecer, hablamos mucho, nos despedimos, nos quisimos, nos organizamos, recordamos los mejores momentos de nuestros 10 años juntos. Vio a sus amigos y sus hijos por última vez, despidiéndose como si apenas estuviera yéndose de viaje. Pocas veces la vi llorar. Era fuerte. Y antes de irse, me prometió que si allá arriba hay algo de verdad, siempre sería un ángel para nosotros. Como se imaginarán, hay mucho dolor todavía en mí, pero lo estoy superando día a día. Ya todo terminó, de alguna manera.

Esta es mi historia. Espero algún día recordarla sin dolor, sin temor. Todo esto me hizo enfrentar la vida con la muerte. Hice todo lo que pude, lo que estaba a mi alcance y quizás hasta un poco más. Y entonces, claro, el mensaje, nítido, cliché, pero auténtico: no es posible rendirse, jamás.