8.2.05

Y los años pasaron

Así, de repente, sin que mediara nada sublime de por medio. Una mañana te despertás y caés en la cuenta de que no sos nada, ni hiciste alguna cosa productiva con vos mismo. Utilizamos sólo diez veranos para acabar con todo lo bueno que teníamos cuando adolescentes. Te levantás y decís: ¡Carajo, qué viejo estoy! Me vine grande y peludo. Abrís la ventana y ves una ciudad linda, sembrada de tilos y con un cielo claro con dos o tres nubes por ahí, como círculos de papel, y un dirigible rojo y blanco esparciendo humo de colores. Pero en vez de sentirte mejor, o lleno de energía, te sale un suspiro y un ¡qué hago aquí, tan lejos! De inmediato surge otra pregunta: ¿Tan lejos de qué? Salta desaparece en mi memoria, aún cuando lucho por lo contrario. ¿Lejos de los amigos? Ya no tengo, podría decirlo. Todos allá han crecido y apuestan por sus asuntos. Las veces que fuí casi no tuvieron tiempo para que nos viéramos. ¿Lejos de la familia? Los extraño, sí, pero también me sorprende que al volver mis tíos estén canosos, los primos grandes como señores de oficina, los perros y gatos enterrados en el jardín. ¿Las calles, los lugares? Ya no significan nada si están vacíos de gente amiga, como esas fotos donde sólo podés ver un paisaje sin nadie allí dentro. Entonces, ¿para qué volver, si sólo te provoca dolor?

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