20.3.05

Operación 90

El viento huracanado y el frío glacial no son los únicos peligros en la Antártida...
—Están las grietas en el hielo, no la llamada Gran Grieta, que ya la conocíamos, sino que avanzábamos en un territorio inexplorado desde tierra, en donde el hielo podía quebrarse, y si se cae en una grieta, prácticamente significa la muerte. Los diez expedicionarios éramos expertos en la Antártida; yo había ido por primera vez en 1952, trece años atrás, y el equipo tenía también experiencia, pero ahora avanzábamos en territorio desconocido, con montañas de tres mil metros de altura, y en donde todo era blanco, y el Sol no se ponía nunca. Había que usar anteojos oscuros para no deslumbrarse y hasta era posible perder la vista si no se los usaba. [...] Y no eran solamente las grietas, sino también las tormentas de nieve, que no te permitían ver a un metro de distancia. Y había que saber exactamente en dónde estábamos.
—No le entiendo.
—Claro. A medida que te acercás al Polo, la brújula ya no te sirve. No es cierto que la aguja de la brújula se ponga loca y gire; no. Pero se aplasta y ya no te sirve. Y todo a tu alrededor es blanco, sin puntos de referencia.
—¿Y cómo se orientaban?
—Como los navegantes, con el Sol. Pero había que saber cuál era la hora exacta. Generalmente se usa el top de las radios. Hubo un hecho curioso: las radios argentinas no llegaban, de modo que escuchábamos las únicas dos cuya potencia las hacía llegar hasta la Antártida: la BBC de Londres y Radio La Habana de Cuba. Mirá vos, tener que estar agradecidos a los ingleses y a Fidel Castro... irónico, ¿no?

Dios nos llevó de la mano, Revista Nueva

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