20.3.05

Tres meses

Como en un sueño, transito el camino odioso que sigue a la muerte. Por dentro siento el infierno, que no puede ser ese lugar en llamas del Dante sino aquel otro, oscuro y silencioso, el de la ausencia, el de la soledad. Aturdido por una vergonzante mezcla de alivio con el dolor extremo de la pérdida, voy cumpliendo cada acto, como se espera que haga, porque es mi esposa, era mi esposa, y debo terminar lo que comenzó dos años atrás.
Por última vez apoyo mis labios en la frente pálida, todavía tibia. Le prometí que no lloraría, no en ese momento. Me despido de médicos, de enfermeros, esos seres increíbles que dan lo mejor de sí a pesar de las carencias. Me abrazan, alguno hasta se permite emocionar, y eso que ven la muerte casi todos los días. Me dicen que admiran a Malvina, por su fortaleza, por la entereza de decidir la hora de su final. Hago una llamada, mientras algunos parientes comienzan a llegar. Me dicen cosas que apenas escucho. Espero a que me llamen en las puertas del hospital. El descenso a la morgue es difícil, es espantoso. Pero es la regla. El cuerpo de Malvina me espera en una camilla herrumbrosa, envuelto en un plástico rojo. Por la puerta entornada atisbo el horror de cuerpos amontonados, mortajas sucias de desinfectante. El olor de la muerte y el abandono. La sorpresa de ver ese espectáculo. El encargado de la morgue despega las cintas y abre la bolsa. Malvina. Aun en ese incontable horror, la veo bonita, con el rostro sereno, levemente inclinado. Parece dormida. Unos mechones de cabello le caen sobre la frente.
—Sí, es ella —digo, como desde la distancia. Alguien me palmea la espalda.
El empleado de la funeraria se la lleva. No, no se la lleva, no es Malvina. Se lleva ese cuerpo... no tengo que olvidarme que mi Malvi es más que eso, y que está en otra parte, en esencia. Es sólo un cuerpo... solamente un cuerpo.
El celular suena cada tanto y me susurra palabras de aliento. Que tengo que seguir, que la vida es así, que tengo dos hijos y toda una misión por delante... hasta me dicen que tengo que rehacer mi vida en pareja, que no me tengo que quedar solo. Nada de eso tiene sentido para mí.
Las horas pasan. Todo el tiempo el celular me aconseja, me pide que sea fuerte. Recorro el camino obligado de funeraria, velorio, procesión, de los amigos que aparecen de improviso y por poco me hacen fallar mi promesa de no llorar. El camino termina un mediodía en el cementerio. Bajo el sol de noviembre tiramos pétalos de rosa sobre el pequeño obelisco de madera todavía caliente con las cenizas de Malvina.
El celular sigue pidiéndome que no me quiebre. Nada de lo que dice realmente sirve. Aunque yo sabía que esto iba a pasar, aunque uno diría que es posible prepararse para el final, lo cierto es que el momento concreto de la muerte marca un antes y un después. En el antes hay horror, cosas que no se pueden apartar de la mente, como los días y horas finales; en el después hay incertidumbre, angustia, el increíble abismo de la ausencia.
Por la tarde, mientras juego con mis hijos disimulando la pena, suena de nuevo el celular. Esta vez es diferente, y es la única llamada que me sirve.
—Soy el general Leal —dice la voz, ronca, de un anciano—. Usted no me conoce, y no he podido estar porque acabo de enterarme por un compañero del ejército.
—Es un honor, general, y claro que lo conozco, aunque no personalmente. Le agradezco...
—Sólo quiero decirle esto: ahora usted está muy angustiado, muy dolorido, pero va a pasar en tres meses. Tres meses, Durgan, y usted va a poder ver las cosas en perspectiva. Los momentos desagradables se van a disolver y usted va a poder recordar a la hija de Domingo de otra forma.
—Yo... tres meses —Un plazo firme, invalorable, una roca de donde agarrarme en medio de la tormenta—. Entiendo. General, le agradezco, yo...
—Me hubiera gustado estar ahí con usted, y con Marta. El padre de Malvina fue un gran hombre. Más que un compañero de expedición fue un amigo, y yo prometí estar siempre al tanto de sus hijos. Recuerde, Durgan, en tres meses usted va a poder vivir con esto.

No hay comentarios.: