12.3.05

Buenos Aires

Caminando por una peatonal, bajo la noche iluminada de Buenos Aires, me detengo a comer una Pizza Personal y un vaso de Coke, arrebatando los dos últimos pesos a mis agujereados bolsillos. No hace calor, pero tampoco frío. Los cines abren sus fauces negras a unos pasos de mi porción de muzzarella, tragando una moderada fila de incautos. Enfrente, una rubia fantástica, ceñida en ropas negras y con gafas oscuras, reparte volantes y habla con los transeúntes. A mi izquierda, un muchachito de unos siete años me observa con ese antiguo brillo animal hundido en los ojos... hambre. ¿Es que acaso me queda otra moneda? Esas miradas involuntariamente obligan a escarbar los abismos en mis pantalones. Un curioso haz de láser baja sobre la calle, titubea, se arrastra por las paredes, diseñando corazones, espirales, estrellas. Arco iris tecnológico, el ojo de una bola numerada, gigantesca, exhalada del Bingo, dos cuadras atrás. No me queda ni un centavo, sólo el pasaje del tren para regresar a La Plata. El nene se lleva mi porción de pan y queso caliente, menos un bocado.

Entonces la rubia se me acerca. Tiene unos labios hermosos, rojos como ciruelas. Entre los pechos, incrustado en la ropa negra, lleva un aparato con luces intermitentes y números digitales; también en el cinturón y en la pierna izquierda. Una nena cyberpunk, o algo así. Me invita a pasar al local de enfrente. Los monitores dejan prever el morro oxidado de una astronave semienterrada en la niebla. Se llama Laser Shot. Veinte se meten con uniformes y rifles láser, pelean en un escenario metálico, extravagante, alienígeno. Los contadores del traje, me explica la rubia, disminuyen cuando los enemigos aciertan sus disparos de luz. Cuando el contador llega a cero, estás fuera. Muerto. Con otros tres voluntarios más se larga el juego, advierte.

Persigo la silueta del Obelisco, nadando entre la multitud tranquila que se pasea por la calle. A veces me meto en esos locales atiborrados de historietas importadas, música inconseguible y revistas pornográficas. Ah, sonrío. Empezaron a vender CD-ROMs junto a las películas en video cassette. Otras veces me quedo absorto en los murales de los edificios, viendo publicidad o leyendo noticias del momento. Muchos televisores emitiendo una sola imagen gigantesca, muda.
Estamos en 1995.
Me pregunto cómo será Buenos Aires dentro de 10, 20 años.

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